miércoles, 18 de septiembre de 2013

Por mi culpa, por mi culpa...

Hoy por fin me atrevo a glosar a uno de mis autores de referencia, F.A. Hayek. Uno de esos autores cuya lectura debería ser obligatoria en la etapa escolar: precisión y exactitud en un lenguaje poético y hermoso en su concreción, claridad meridiana, temeroso de nada, una loa a la razón: pero no una razón irracional de esas que puso de moda la Ilustración, sino una razón moral, humana, terrena y deducible.

El pasaje en concreto es el siguiente:  

"Si a la larga somos los artífices de nuestro propio destino, a corto plazo somos cautivos de las ideas que hemos engendrado.
Estamos dispuestos a aceptar cualquier explicación de la presente crisis de nuestra civilización, excepto una: que el actual estado del mundo pueda proceder de nuestro propio error y que el intento de alcanzar algunos de nuestros más caros ideales haya al parecer producido resultados que difieren por completo de los esperados." 

Realmente no hay glosa que pueda añadir ni un ápice de luz a semejante derroche de inteligencia social. Sin embargo la sociedad actual está tan lejos del examen de conciencia y del propósito de enmienda que es conveniente dedicar un tiempo al análisis de esta situación. 

 No voy a repetir una vez más aquello de que la culpa es de los mercados financieros y del despiadado capitalismo (que aparte de acabar con las focas mantiene el siempre anhelado estado del bienestar). Todo uso tiene un abuso porque el desarrollo moral no va parejo al del poder. Pero es bien cierto que en esos cánticos de sirenas anunciando el mundo futuro, había una serie de trampas que se nos escaparon a la civilización occidental al completo.

Una esperanza de vida duplicada, a cambio de una vejez larga y sufrida, una educación fuera de la órbita religiosa que ha recalado en las aguas de un Estado ansioso por devorar la libertad de sueños y esperanzas. Adelantos tecnológicos que nos muestran lo más inhóspito del ser humano, formas de vida irreales cuyo mayor problema es que consiguen saciar las ansias vitales. Una libertad individual que todo el orbe merecía que nos encadena más si cabe a las peticiones más mezquinas del alma. 

En definitiva fueron "caros ideales" cuyo reverso pudo intuirse pero cuya denuncia aparejaba la renuncia a ser de la "troika" intelectual de mesías del tiempo mejor. Mesías que anunciaban un tiempo ni mejor, ni peor, simplemente futuro, pero que su propia insatisfacción personal les llevaba a esos discursos plagados de himnos institucionales y de una hermandad fingida. 

Nos hemos forjado un destino a base de ideas presentes, tan presentes que ni siquiera en el pasado evolucionan. Una Unión Europea en 50 años después de los 20 siglos de guerras constantes: no seré yo la que se oponga a semejante avance, pero sí cuando se hace con prisas, poniendo un parche, sin un objetivo real, ampliando territorio, legislación, competencias y Estados pero sin superar los endémicos problemas culturales, religiosos, fronterizos, lingüísticos y las tremendas diferencias económicas. 
Un Estado de clara división de poderes que no se horroriza de hablar de jueces liberales y conservadores (amén de que los términos están mal usados) procesos constituyentes y sketchs (la publicidad es el invento que perfeccionó la democracia) hablando de Estados de derechos que luego deciden que la agrupación de poderes está mucho mejor. Eso ha llevado a un laissez-faire en la interposición de recursos de amparo y al consiguiente filtro de entrada para acabar por aceptar el 3% de los recursos interpuestos ante el Tribunal Constitucional, y sí reconozco que cuando hay doctrina asentada es inútil e ineficiente repetirla ciudadano por ciudadano, pero ¿cuál es el auténtico problema que favorece que todos esos ciudadanos se sientan conculcados en el Título I de la Constitución de todos los españoles?

Al ser humano no se le da bien ser artífice, pero sí artificioso y lo que Hayek describió de forma tan bella el refranero español lo asume con un "de aquellos lodos vienen estos barros". No podemos escapar ya al artificio de nuestras propias ideas, lo que sí podemos es aceptar que el error viene de que asumimos un "dolo eventual" en la toma de decisiones y ahora ha llegado el momento en que el "dolo" se materializa...

Y el dolo eventual se pena. 


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