lunes, 10 de noviembre de 2014

Accountability y Confesión

La corrupción y la dación de cuentas son dos caras de una misma moneda, su antagonismo las une indisolublemente. Tanto la corrupción en la gestión pública como la responsabilidad por la administración de la misma nos parecen conceptos recientes y novedosos, nada más lejos: la corrupción y la asunción de responsabilidades son tan viejos como la humanidad y los hallamos en todas y cada una de las coordenadas de  nuestro mundo
Sin embargo, parece, a simple vista, que la corrupción ha querido instalarse sólo en los países más meridionales de Europa. Casi podría decirse que los tejemanejes germinan con el sol y un suave clima, con esa inefable felicidad que proporciona la modorra de la primera hora de la tarde. El problema de los países mediterráneos  no es, sin embargo, la dulzura de una vida soleada, sino la sofocante laxitud moral del “nada está mal”. No hay actitudes reprochables ni acciones mejorables, porque nadie hace nada mal. Y la más triste y grave consecuencia de esto es que nos han dejado sin la posibilidad de mejorarnos, de perfeccionarnos en un camino de aprendizaje: porque desde hace unas décadas y para siempre la condición humana es infalible.

¿Si somos incapaces de tomar consciencia de nuestros propios errores, cómo se supone que vamos a convertirnos en mejores personas?

El peor castigo de un ser humano es que le quiten la posibilidad de ser mejor. Y esta posibilidad es la que la modernidad nos ha arrebatado con nuestra aquiescencia y aun con nuestro más afectuoso aplauso. Hemos pasado del “todo vale” epicúreo al “nada está mal” postmoderno y la modernidad, ya se sabe, consiste en erradicar esos molestos sentimientos de culpa. Pero la culpabilidad  no era un invento de curas siniestros escondidos en el Vaticano, era sólo la única forma de poder encontrar un camino de perfeccionamiento.
La corrupción se ha instalado entre nosotros porque se lo hemos permitido. Y se lo hemos permitido a base de hacer dejación de uno de nuestros más fundamentales deberes como ciudadanos y como integrantes de un colectivo: los exámenes de conciencia. La corrupción es podredumbre moral, putrefacción del espíritu que se convierte en  disfunción en nuestras propias vidas: un examen de conciencia atrofiado que nos lleva a vivir la vida a medias: seremos siempre la versión mediocre de nosotros mismos.
Esos discursos, que hastían, sobre ejemplaridad y transparencia son sólo una forma apriorística de conjurar los sentimientos de culpa y responsabilidad y nos hastían precisamente por eso,  porque no hay ninguna intención de corregirse, ningún ánimo de actuar honradamente. Son parrafadas hediondas por la putrefacción, recubierta de un hálito de flamante discurso en auditorio de provincias nuevo: si afirmo en infinidad de actos públicos que los políticos deben ser transparentes, yo también lo seré, aunque me pillen de madrugada sustrayendo papeles de mi despacho oficial.

La lógica de los modernos se encuentra subyugada por la palabrería más vacua y por los actos más estúpidos. ¡Pena de Siglo!
  
Sin embargo no es fortuita la putrefacción moral generalizada que vemos representada con esmero por los políticos del sur de Europa. Son estos mismos territorios del sur de Europa los que se habituaron a una asunción y reconocimiento de errores mediante la Confesión, que hoy en día ya no se ejercita.

Tampoco es fortuito que en los países tradicionalmente anglosajones y con una presencia escasa del rito católico, y por tanto de la valiosa ayuda de la Confesión se acuñara a partir de la década de los 60 el término accountability. Este concepto nacido en Estados Unidos y desarrollado sobre todo por Reino Unido en los años 70 se utiliza como sinónimo de dar cuentas, de responder ante alguien por alguno motivo, es el sustantivo de responsabilidad en el ámbito de la gestión pública. Y es por tanto el mecanismo que regula la legitimidad del poder público. Accountability es en la cultura anglosajona un concepto tan importante que en Reino Unido se ha erigido como uno de los principios rectores de la vida pública desde 1995.

Así pues podemos ver un auge de los casos de corrupción (o al menos se conocen más casos) a medida que perdemos la sana costumbre de enfrentarnos con nuestros diablos interiores. El Sacramento de la Confesión era el Sacramento de la Reconciliación no sólo con Dios sino también con nosotros mismos. Era el Sacramento de la Alegría porque nos permitía vislumbrar un futuro mejor para nosotros. Fuera de la Doctrina de la Iglesia y su Catecismo, la Confesión no era más que una reguladora de conciencias, el examen intrínseco, minucioso de nosotros mismos que nos habría la puerta a ser el Yo que ansiábamos ser. Nos dejaba solos frente a nuestro peor yo, y el desasosiego y la vergüenza eran tan grandes que nos prometíamos enmendar la plana sin más dilación.

Mientras que el mundo anglosajón entendió la importancia de la asunción de faltas y errores tanto individual como públicamente, unida a unas consecuencias, nosotros defendíamos un antropocentrismo esquizofrénico que nos negaba la posibilidad de equivocarnos. El hombre había llegado a su perfección… y ahora nos deshacemos en halagos hacia los limpios (o al menos eso parece) sistemas políticos del norte de Europa.

Teníamos la posibilidad de alcanzar unos niveles de decencia en la vida pública como los que ahora admiramos de los países del septentrión. Había que confiar en la necesaria ayuda que un examen interior puede proporcionar en el sendero de la perfección, y aplicar esto a la vida política. Sin embargo preferimos renunciar a los errores, porque en el s.XX nadie podría estar condicionado por un concepto de libertad que implicara responsabilidad, y ahora nos encontramos con que nos ofende la libertad y la impunidad con que los corruptos inundan de fetidez todos los rincones de la vida pública.
Nos lo tenemos merecido.


sábado, 24 de mayo de 2014

Requiem por la Contemplación


La contemplación es alimento del alma, es ejercer libremente el derecho (u obligación) a perfeccionarse en el camino de la existencia, el arte de saber que el ser humano se encuentra continuamente en la senda del aprendizaje y es también la valentía de querer afrontarlo. La contemplación es el silencio mental que impregna de ruidosas ideas nuestra voluntad. Y pese a ser el alimento de la necesidad humana más perentoria, el presente artículo sirve, tristemente, como esquela de defunción de la contemplación.
Europa ha perdido el gusto por observarse y meditarse y aunque todavía no somos conscientes de ello, la incapacidad para la contemplación está deviniendo en una de las grandes lacras de la sociedad occidental actual. ¿Qué sociedad puede sobrevivir a la pérdida del diálogo con ella misma?
Ya en su libro “El Homo Videns”, Sartori alerta de los peligros del hombre que sólo ve pero que no observa. La curiosidad universal se ha perdido junto con la capacidad de abstracción, y el ser humano moderno es un hombre ya cuya visión carece de la intención de interiorizar, asimilar o analizar nada de aquello de lo que es testigo. En su brillante libro “El Silencio de los Animales. El Progreso y Otros Mitos”, John Gray describe de forma descarnada el gran problema que supone la sobreexposición al bullicio, que enfrentamos diariamente los ciudadanos occidentales: “Quizá estemos destinados a llevar una vida llena de actividad, pero la urgencia de la existencia no elimina la necesidad de la contemplación. La actividad no lo es todo en la vida, ni siquiera es la parte más valiosa de la vida, y a menudo, son los individuos más activos quienes más necesitan la liberación que es la contemplación”.
Henos pues aquí, jueces y partes de la frenética actividad que producimos, que nos aturde con sus demandas y nos pervierte con sus plácemes, para evitar la reflexión que, no sólo nos propiciaría la liberación personal de la que habla Gray, sino que abundaría en un mayor beneficio de la actividad por cuanto más meditada.

La contemplación fue siempre obligada virtud en todo hombre que quisiera ser sabio, justo y discreto. Un ejercicio de rectitud, de reestructuración de ejes vitales y planteamientos largoplacistas. Si los planteamientos cortoplacistas (aumento de la deuda pública, disminución de la natalidad, destrucción de recursos naturales, pactos políticos de una sola legislatura, etc) campan hoy a sus anchas, es pura y simplemente, porque el ser humano no ha ahondado en la reflexión que se debía a determinados asuntos. Sino que ha preferido limitarse a la acción con un menor riesgo en un limitadísimo espacio temporal, independientemente de las consecuencias en un simple medio plazo. La contemplación es la condición necesaria para pensar por uno mismo y no maniatado por los intereses cortoplacistas.
 El arte político actual (que no Política, en mayúscula) con su ruido de himnos de sintetizador y banderines de plástico resulta paradigma de la falta de abstracción actual. Y el frenesí de sus decisiones, la consecuencia inmediata del miedo a la reflexión. De  políticas erráticas y resultados erróneos ya todos podemos hablar con igual conocimiento y causa. Somos rehenes de la rapidez que nosotros mismos exigimos a nuestros dirigentes cuando reclamamos actuaciones inmediatas con una indiferencia escalofriante a su calidad: de ahí el plan E, el rescate precipitado a bancos insolventes (que no al sistema financiero) y la infinita galería de políticos “taking back” desde declaraciones y tweets hasta Leyes y Estatutos de Autonomía.
Hemos perdido el diálogo con nosotros mismos y por ende la sociedad ya no se escucha. El ruido de las exigencias autoimpuestas nos impide armonizar planes con perspectivas más depuradas en un futuro realista y no en un presente inmediato legislado a ritmo de titular. Sin la debida contemplación a las pulsiones internas de la sociedad, cada día que pasa son cien años devolviendo la deuda de las decisiones precipitadas. La falta de contemplación no afecta sólo a las decisiones políticas de mayor calado, sino que afecta también a las intenciones más íntimas y personales de cada uno de nosotros: éstas son tomadas sin reflexión, sin calibrar diferentes escenarios o senderos y lo que conseguimos es que, un ejercicio personal de toma de decisiones devenga en un ejemplo más de la tiranía de la impostada urgencia generalizada.
Y es que somos el motivo y el producto de las prisas vitales: nos desgañitamos detrás de cualquier pancarta pidiendo la revolución de los tiempos para que la justicia y la legislación trabajen en nuestra particular coordenada horaria y al fin conseguimos lo que buscamos: un poder legislativo que, ajeno a las auténticas necesidades de la sociedad, se rige por el trending topic del momento.

Y no, no es que la globalización o los mercados impongan las prisas, es que parece ser que la eficiencia ya no se conjuga con la previa contemplación y análisis del problema. Ahora la eficiencia prima sobre la eficacia, y es cierto que nuestros gobiernos son eficientes, sin embargo lo de ser eficaces…lo dejamos para la repesca del 2015. La contemplación es la premisa necesaria y principal para que el fin que se persigue obtener con la eficiencia, sea eficaz en la mejora de la situación de necesidad. Pero por desgracia, en la mayoría de ocasiones, no tenemos tiempo ni tan siquiera para meditar sobre el fin al que aspiramos. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

¡Por fin el cambio de ciclo!

A lo largo del mes de abril, se han ido publicando diferentes estudios realizados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), relativos a las Estadísticas de las Sociedades Mercantiles correspondientes al mes de febrero de 2014 y al Índice de Confianza Empresarial Armonizado (ICEA) concerniente al segundo trimestre del 2014.
Precisamente, lo hermoso de la ciencia estadística es que recopila, analiza, clasifica y convierte en mesurable todas aquellas fuerzas motoras de la sociedad que por su subjetividad intrínseca y su naturaleza intangible parecen imponderables. Es una especie de alquimia moderna que permite transformar en cifras y gráficas, las pulsiones internas del entramado social.
Al paso de esto, resulta ilusionante y esperanzador estudiar los documentos arriba mencionados puesto que muestran no sólo un cambio de tendencia, sino también, y lo que es aun más importante, la búsqueda activa de ese cambio de tendencia:
Según el primero de estos estudios en febrero de 2014 se crearon 8.976 sociedades, un 3,7% más que en el mismo mes del año anterior, y se disolvieron 2.124, un 17,4% menos. Como dato significativo, cabe destacar que la Comunidad Autónoma que lidera esta lista con mayor dinamismo empresarial es Extremadura, con un 44,3% de variación anual en la creación de sociedades mercantiles (Atención Mas y acólitos que se pueden quedar sin su discurso de motor de España: la variación interanual en Cataluña es 0,0%).
De la misma manera el ICEA, pone de manifiesto el aumento del 3,9% en referencia al anterior trimestre de 2014, de la confianza empresarial: a la sazón, un 16% de los establecimientos empresariales son optimistas sobre la marcha de su negocio, frente al 11% del trimestre anterior. Así pues, en el saldo optimistas-pesimistas de gestores de establecimientos empresariales cabe reseñar que se ha pasado de un -50,2% de opiniones negativas a un -14,8. Es decir, en la diferencia siguen predominando las expectativas desfavorables, pero se han reducido un 35,4%.

Parece ser no obstante que en 2011 escarmentamos con los brotes verdes y las luces al final del túnel  y albergamos ahora el temor de esperanzarnos entregándonos de nuevo al optimismo desesperado de la última época del gobierno socialista. Sin embargo la coyuntura es ahora, por fortuna, diferente, porque ahora sí, en España, se está creciendo. Y se está creciendo sin el temible amparo de una burbuja; La burbuja inmobiliaria que estalló en el 2007 a nivel mundial y que poco después llegaría a España y la burbuja crediticia o del gasto público, el endeudamiento masivo y el despilfarro ineficaz (Plan E) han dado paso a un cambio en el modelo productivo y esperemos que próximamente den paso también, a un cambio en el modelo de comprensión de lo que es y debería ser el Estado. Los emprendedores y los empresarios consolidados españoles están creando nuevas sociedades mercantiles, ampliando capital y mejorando sus expectativas pese las cargas fiscales laborales, la tarifa eléctrica española, una ley de emprendedores que no acaba de cuajar, una seguridad jurídica volátil, una burocracia desincentivadora y una deflación que puede ser perjudicial. Están diversificándose las ramas de producción y ha calado hondo en la sociedad el mensaje de la importancia del I+D. El conjunto de los españoles está dispuesto a dar ese salto cualitativo hacia un mercado competitivo. Un mercado que sea competitivo debido a sus cualidades inherentes y al valor añadido de una educación renovada, y no debido a una bajada de salarios generalizada y una continua manipulación de los tipos de interés.

Es innegable que las tendencias han cambiado y que el mercado español de oferta laboral se está reformando. Se han empezado a entender los problemas de estructura que veníamos arrastrando (reforma laboral, educativa, un sistema financiero que se beneficiaba y a la vez se endeudaba por el Estado…) y se ha querido solucionarlos. Su efecto se ha hecho sentir  rápidamente, sin ir más lejos la muestra arriba analizada es la prueba irrefutable de que las voluntades individuales que son la libertad legítima y legal de las personas, son poderosísimas máquinas de creación en cuanto se les afloja la soga que les ha sido impuesta. Dejemos que el populismo de Krugman se quede en el New York Times y dejemos también que sea el empresariado español quien lidere este cambio de ciclo.

No nos quedemos pues a medio camino, consigamos que el Estado sea un  marco neutro en el que desarrollar las indiscutibles competencias del empresariado español. No arruinemos con exigencias estatistas las optimistas expectativas que empiezan a generarse en el tejido empresarial español. Hay que españolizar los mercados con nuestra capacidad de sobreponernse a los reveses. Hagamos que próximamente la estadística pueda computar la entrega, el sacrificio, la visión de oportunidades y la valentía de aquellos que con su trabajo diario refuerzan el bienestar de la sociedad. 

lunes, 14 de abril de 2014

Se un don para el otro

La civilización occidental vive bajo una pesada carga actualmente, un yugo autoimpuesto difícil de esquivar, que nos obliga día tras día a ser felices. Tenemos el deber de ser increíblemente felices y, si es posible, la tarea de hacer cuanto más pública mejor esa felicidad.
Vivimos subyugados por el devenir histórico, un devenir que nos impone el agradecimiento de la felicidad. La contraprestación, de la entrega abnegada de la humanidad que nos precedió, tanto de su tiempo como de su sabiduría, es el gozar ahora de una felicidad sin límites, una felicidad que nos supera y nos abruma y que a la vez nos mengua espiritualmente.
Debemos pues considerarnos la sociedad más dichosa y feliz de toda la historia de la humanidad. Y sin embargo, evocamos continuamente el pasado con una mezcla de languidez y adoración, se espera del futuro que venga cual Mesías, fruto de la inmediatez, a arrancarnos de la ordinariez del presente. Somos una sociedad más próspera, más productiva, más numerosa, con mayor esperanza de vida, y con menores tasas de mortandad pero somos también la sociedad de la cultura de la muerte en vez de la de la vida, la de las elevadas tasas de divorcio, separación y suicidios, la de los trastornos alimenticios que se convierten en pandemias y la de los niños que no quieren aprender. ¿Dónde está la felicidad que nos debemos? ¿Dónde la dicha que nos prometieron, fruto del sacrificio de otros?

Por desgracia, nadie nos dijo que la obligación de ser felices solo puede cumplirse si va de la mano de ser un don para los demás
Ser un don...
Muchas veces en forma de cumplidos y halagos se nos dice que tenemos un don para una determinada actividad. Se nos dan bien los deportes, las manualidades, la ciencia, la música o el arte en general, y los que nos quieren, en una hipérbole, de orgullo aseguran que tenemos un don. Tener un don... con el agradecimiento congénito que eso lleva aparejado. Tener un don por desgracia a veces esclaviza, como el que tiene muchas cosas y es esclavo de ellas. Sin embargo tener un don, algo que nos haga descollar, destacar entre la multitud, es por lo que luchamos y pedimos día y noche, pero, ¡qué poco luchamos para ser un don! y por lo tanto ¡qué pocas posibilidades tenemos de ser realmente felices!

 La felicidad de Epicuro era luchar contra el establishment, decirnos que podemos ser felices porque la muerte y los dioses, si son caprichosos, no existen. La felicidad en el Renacimiento era cumplir con el ideal del hombre humanista, en el Barroco liberar el amor y las artes de las mundanas barreras de lo terrestre, en el siglo XX la felicidad era hacer la guerra pensando que dejabas un mundo mejor para tus hijos. Y cada una de estas acciones eran felicidad porque encerraban un servicio al prójimo. 

Hoy en día confundimos felicidad con algo jocoso, con algo divertido que nos hace reír, la plenitud de lo efímero nos engaña diciendo que es felicidad, hasta que se apaga y nos deja en un vacío miserable. Decimos que es felicidad y sólo es un entramado de momento fugaces que nos emborracha de conformismo.

La posibilidad de ser felices está esperándonos en los demás. La felicidad es algo tan sencillo como dotar de un segundo sentido todo lo que hacemos, un segundo sentido que se orienta al prójimo. Nuestra infelicidad radica simple y llanamente en que el eje de nuestras vidas empieza y acaba en nosotros. Ser un don para el otro no es más que hacer aquello que quieres llevar a cabo en tu vida teniendo como objeto primero a aquellos que nos rodean. No se trata de apagarnos nosotros para darnos sin reserva, sino de encender la vida de los otros reservando para ellos el lugar central de nuestras acciones.
No nos confundamos: el individualismo es maravilloso puesto que los defectos y virtudes de cada uno, no se colectivizan sino que se potencian, y solo el libre albedrío de lo no colectivizado permite esto. Pero el único individualismo que triunfa es aquel que busca el triunfo para posteriormente compartirlo. De nada sirve el triunfo vacío.

Incumplimos la obligación de ser felices porque estamos demasiado preocupados pensando qué nos puede complacer, y esto nos condena a la casuística de las circunstancias buscando la que nos pueda hacer felices. Cuando en realidad funciona al revés: somos nosotros los que dejamos la huella de la felicidad en las situaciones que nos toca vivir.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Reflexiones sobre la Fiscalidad Inmobiliaria



Todavía hoy en día, las Administraciones Públicas españolas, en particular las administraciones tributarias, siguen siendo esa musa que inspiró los más exaltados artículos en el siglo XIX. Casi dos siglos después del “vuelva usted mañana” de Larra, las Administraciones Públicas nos deleitan con un “compre usted una casa, si puede”.
Al hilo de esto, debemos recordar, que hace más de un año que se empezó a aplicar el IVA al tipo del 10% para la compra de viviendas de obra nueva. Si Zapatero había bajado este importe al 4% en 2011, con la intención de acabar con el stock inmobiliario, Rajoy, en plena campaña electoral, había decidido prorrogar la aplicación de este IVA súper reducido para la vivienda nueva. Una vez ya en el Gobierno, Rajoy el 1 de enero de 2013, comenzó a gravar con el 10% de IVA estas transacciones. Parece que lo de ser liberal en lo económico y promover el tráfico jurídico y económico, sólo vale en precampaña.
A estas alturas, a nadie le resultan ajenas las peripecias que se deben salvar para llevar a buen puerto la compra de una vivienda, amén de la imposibilidad de obtención de crédito a no ser que la vivienda se le compre a un banco, en este momento convertidos en las mayores “inmobiliarias” del País. De esta forma, en las transmisiones de vivienda, encontramos que inciden directamente los siguientes impuestos:
En primer lugar, un IVA del 10% en la compra de viviendas de obra nueva. El impuesto que se abonará si se trata de viviendas de segunda transmisión será el Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales, que variará entre el 7 y el 10%, dependiendo de la Comunidad Autónoma, para que a nadie se le ocurra pensar que todos los españoles son iguales ante la Ley.
En el caso de obra nueva, se abonará posteriormente el Impuesto sobre Actos Jurídicos Documentados, que también están cedidos a las Comunidades Autónomas, y que la Comunidad Valenciana ya subió su tipo del 1% al 1,2% del valor por el que se haya escriturado la vivienda.
Por último, y una vez el comprador ha conseguido ser el nuevo titular de la vivienda, tocará hacer frente a una retahíla de tasas e impuestos de variada índole: IBI, tasas de basura, etc, que deberá pagar irremediablemente cada anualidad.
            Ahora bien, España cuenta con un stock inmobiliario de casi 600.000 viviendas de obra nueva, sin contar las usadas, de las que la Comunidad Valenciana acoge el mayor porcentaje, 17´4%. ¿De verdad es posible pensar que, gravando la compra de viviendas al 10% se va a conseguir la reducción de este stock? ¿Sirve esto para incentivar el mercado? o, si se me permite el atrevimiento ¿sirve esto para que la Administración consiga recaudar más? La respuesta es clara, obvia e irrefutable es no, ya que estos impuestos funcionan tan sólo,  cómo un desincentivador de las operaciones de compraventa.
            Es innecesario comentar que es muy complicado para el sector inmobiliario volver a cifras cercanas al 18% del PIB, como representó en los años de bonanza, sin embargo, sí podría optar a estabilizarse entre un 10 o 12% ya que tradicionalmente ha sido un sector competente y generador de empleo y riqueza. Pero para esto, conviene no ahuyentar a los posibles inversores, la mayoría extranjeros, mediante cargas fiscales abusivas, incluso injustas, por cuanto varían de Comunidad en Comunidad y sobre todo tremendamente volátiles y arbitrarias que, hay que decirlo, generan y así se percibe por ellos, inseguridad jurídica.
Si los únicos repuntes que se han experimentado en la compra de viviendas, han sido gracias a compradores e inversores foráneos, y ni siquiera a ellos les facilitamos su adquisición ¿qué Administración al servicio del ciudadano y de la realidad estamos padeciendo? ¿No es más bien una Administración con una percepción de la recaudación irreal e indolente en perjuicio del ciudadano y del conjunto de la sociedad?

Tendremos pues que explicarles a estos inversores extranjeros que sí, que en España tenemos vicios de “bon vivant”: casas en primera línea de playa y con vistas al infinito. Pero que, sin embargo, no tienen de qué preocuparse por estos pecadillos menores, el fisco español se encargará, con gran eficacia y eficiencia, a base de impuestos y tasas, cuando no de inspecciones fiscales, comprobación de valores y liquidaciones complementarias,  de hacerles purgar el placer de desayunar mirando al mar. 

viernes, 31 de enero de 2014

La Leyenda Negra de España

Profesor, queridos compañeros, me gustaría, si son tan amables, que observaran los cinco libros que acabo de colocar aquí frente a ustedes. Tienen aquí, compañeros, la verdad sobre quiénes son ustedes mismos.
Señores soy Pilar González, alumna de quinto de Derecho y sinceramente creo que después de habernos visto mutuamente equivocarnos en las reglas del debate, no hacer uso del fair play, hablar demasiado deprisa o demasiado lento, utilizar falacias cuando ni siquiera sabíamos que las estábamos utilizando y un  largo etc, creo, como decía, que nos hemos merecido saber la verdad sobre nuestra historia y por ende, saber la verdad sobre nosotros mismos.
Compañeros me gustaría hablarles de la Leyenda Negra de nuestro país: Leyenda que unos pocos por traición crearon y, que unos muchos, por desidia aceptamos. Quiero convencerles, de que no hay en nuestra historia tales tinieblas que nos deban coaccionar en el sentir nacional, deseo persuadirles de que las hazañas de nuestros compatriotas superan en número y en efectos a todos los males que de forma infundada nos han achacado enemigos que dominaban el arte de la publicidad.
Quiero que se queden con esta idea: la leyenda negra española no es tanto la sangre derramada por los españoles, sino la tinta derramada por nuestros enemigos. Parece que en la batalla del marketing, España va perdiendo desde el Barroco.
            Para fundamentar mi discurso voy a basarme en tres líneas argumentales: 1) Que la Leyenda Negra fue un peaje por ser imperio, 2) Que nos hemos acabado creyendo lo que de fuera contaron de nosotros 3) Que es mentira que seamos un país sin hazañas.
1)    El peaje que pagamos y seguimos pagando por haber sido un imperio: antes que nada quería remarcar que no somos el único imperio que tuvo y tiene una Leyenda negra, todas las diferentes potencias han tenido una historia avivada en muchos casos por sus enemigos políticos naturales: Francia y la Máscara de hierro, la vida privada de los reyes y reinas ingleses (así como de sus mayordomos), las aberraciones de los zares o los sótanos del vaticano. No arrastramos una Leyenda Negra por ser España, sino que arrastramos una Leyenda Negra por ser potencia, por ser Imperio. Las leyendas negras obedecen a dos razones:
a.    La primera de ellas es la amplitud de poder que se acumula en el área de influencia de una sola potencia y en muchos casos un solo monarca (Felipe II), así como las zonas oscuras de ese poder acumulado que asustan por su carácter inescrutable.
b.    La segunda de ellas es un mecanismo de compensación que utilizan los enemigos para desacreditar y justificar la rebeldía. A guisa de ejemplo podríamos citar a un tal Cromwell: regicida, tirano, fanático religioso: pues bien alimentaba la piratería inglesa, escudándose en una supuesta crueldad de los hispanos. (Este señor en un solo ataque a una población irlandesa, masacró a 3.500 personas, compañeros la crueldad y las leyendas no entienden de gentilicios sino de ambiciones).
2)    Nos hemos creído lo que de fuera contaron de nosotros: citaré a Quevedo (que no necesita presentación) para iniciar la explicación de este argumento: dice así “¡Oh desdichada España! Revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y no he hallado por qué causas seas digna de tan porfiada persecución! Queridos compañeros, para nuestra vergüenza fueron nuestros propios compatriotas los que se dedicaron a extender la leyenda negra de España. Leyenda Negra que fue leída y difundida con avidez por piratas ingleses, por exsúbditos holandeses, por mercaderes rivales italianos. Quédense con estos nombres: Las Casas, un neurótico, Don Carlos, un príncipe traidor de su patria, de su Rey y de su padre, Antonio Pérez, el judas-funcionario que vendió a Felipe II: Solo necesitaron 3 hombres, un par de exageradas infamias y la imprenta. Se nos ha atacado siempre por varios flancos: pero yo destacaría dos de ellos: las masacres durante la conquista de América, la Inquisición. Señores, he de decirles aquí y ahora, que se falsificaron los datos sin ningún pudor y que se acabó para siempre con el buen nombre de un país y sus ciudadanos.
a.    Pío Moa nos aporta estos relevantes datos sobre la Inquisición: Torquemada: hizo usar la tortura mucho menos que en los tribunales corrientes, organizó cárceles más habitables que las ordinarias, aseguró la buena alimentación de los presos y combatió la corrupción judicial y las denuncias falsas. Pese a la tortura la confesión había de ser luego ratificada libremente y de todas formas las penas más comunes eran las multas o una “cadena perpetua” que no solía durar más de tres años. ¿No les parece bastante diferente a lo que durante años nos hemos imaginado, piras incendiarias con docenas de brujas ardiendo a la vez? De los 7000 procesos en Valencia, sólo en un 2% se utilizó la tortura, nunca más de 15 minutos y nunca más de una vez a una misma persona. Compañeros Napoléon, ese Wellington francés acusó a la Inquisición de haber matado a 32.000 personas, pues bien hoy se sabe que en 3 siglos, mató a 1000 pesonas.¿Estoy con ello defendiendo los autos de Fe? NO ¿Estoy intentando hacerles ver, que nada sucedió cómo nos han contado? Sí.
b.    Analicemos ahora los datos sobre la conquista de América: En el libro “Nueva Historia de España” de Pío Moa encontramos datos que nuestros libros de conocimiento del medio nunca nos llegaron a explicar. Todos conocemos ya al afamado Fray Bartolomé de las Casas, lo que no sabemos es lo que decía de él un compatriota y misionero franciscano, Toribio de Benavente. Este franciscano afirmaba de Las Casas que: “es inquieto, bullicioso, importuno y pleitista, injuriador y perjudicial, que ennegrece la obra de Cortes y que no tiene razón en decir lo que dice y escribe y yo diré sus celos y sus obras donde llegan y si aquí ayudó a los indios o los fatigó”. Encontramos pues que el mayor promotor de la Leyenda Negra de España, el único con capacidad moral de los que al Nuevo Mundo se fue, el único que limpia el mal nombre de los conquistadores, parece como decíamos que es un mentiroso exagerado como mínimo: según él se había exterminado a 15 millones de almas, cuando era imposible que ni siquiera vivieran tantas personas en Sudamérica, Centroamérica y el Caribe juntos debido a las condiciones técnicas y vitales de las sociedades del momento. Según él sólo en la actual Cuba, había 30.000 rios, 20.000 de los cuáles absolutamente repletos de oro. ¿Es todo un tanto fantasioso y resulta difícil de creer verdad? Sin embargo son sus postulados los que estudiamos en el colegio. Nada se nos dice sobre Vasco de Quiroga y los jesuitas que pusieron en funcionamiento unas comunidades autónomas ideales con los indios purépechas durante 300 años. Nada se nos dice del debate producido en España a raíz de la conquista que llevó a la creación del Derecho de gentes o derecho internacional por Francisco de Vitoria y a la promulgación de 6.400 leyes en favor de los indios (todo esto años antes de que Hugo Grocio desarrollara el derecho internacional). Nada se nos dice por último de que ya Isabel la Católica en su testamento declaró el respeto y cuidado debido a los indios
3)    El pensar que somos un país sin hazañas: tan sólo un superficial repaso a la historia de España niega categóricamente esta afirmación: ¿sabían ustedes que al Pacífico se le conocía como “el lago español”? ¿que los españoles fuimos los primeros en alcanzar Alaska? ¿o que fue un español el descubridor de las Fuentes del Nilo? De seguro conocerán la Armada Invencible pero sabían que esta pereció por una tormenta y no por la acción inglesa, o que hubo una contraarmada que derrotó a 10.000 ingleses frente a sólo 7.000 españoles. Conocen la historia de Blas de Lezo que defendió Cartagena de Indias siendo él cojo, manco,  y tuerto con una tropa de  3.600 soldados frente a casi  30.000 ingleses. Pero lo que el mundo le debe a España no acaba ahí: la institución del perdón a través del camino de Santiago, el libre albedrío de Ramón Lull frente al determinismo de Ockham, la exaltación de la Virgen y por ende de la feminidad, España es un país mariano. Las Cortes de León, o el liberalismo de Cádiz. Emperadores y Papas Españoles, marinos dando la vuelta al mundo. Viriato, Séneca, Gracián, Averroes. El Cid o los Siete Infantes de Lara. Todo el Siglo de Oro, nuestra Ilustración que fue una ilustración  más humana, más moral y espiritual que no la Fe ciega en la razón de los Franceses que les llevó a matar, muy racionalmente eso sí en la Revolución Francesa: Jovellanos, Feijóo, Floridablanca…Un siglo XIX convulso como el del resto de Europa  y un s.XX acorde también a las pulsiones internacionales. Pensar que somos un país sin hazañas es propio de aquel que no ha leído.
Por favor compañeros, no lo olviden: no se crean lo que de fuera han contado sobre nosotros, no olviden que nuestras hazañas son incontables y tampoco olviden que la Leyenda Negra es el precio que pagamos por haber sido imperio.
Carlos I de España dijo a sus tropas: “Si en la pelea veis caer a mi caballo y mi estandarte, levantad primero a este que a mí”. Señores si en el fragor de los siglos peligra el buen nombre de nuestro país, ennoblezcan sus actos para que sean ustedes los próximos que inspiren discursos.


Señores el siglos XXI es nuestro siglo, si nos dejan, intentemos ser héroes       

martes, 17 de diciembre de 2013

Cotizar Esperanza

La nuestra es una sociedad desesperanzada. Existe una profunda y triste desesperanza vital que se extiende, pero es una desesperanza tan moderna que se camufla en unos sueños que tampoco lo son. Samuel Johnson decía que “donde no hay esperanza no puede haber esfuerzo”. Pues bien España no quiere esforzarse más. España no quiere ser España.
La esperanza es virtud cristiana porque va pareja al esfuerzo, actitud cristiana. La esperanza es hallarse a los pies de un camino estrecho, tortuoso y arriesgado y aun así empezar a caminar porque al final se vislumbra un poco de luz. El esfuerzo sin esperanza no edifica, se queda en una lucha rutinaria que no trasciende.
En los últimos 5 años de crisis se han analizado incesantemente los problemas de la nación, tanto los coyunturales como los estructurales, se han popularizado palabras de enjundia que han pasado a utilizarse en toda conversación de barra de bar que se precie.Todo el mundo ha pontificado sobre los males de España y los ha resuelto con diagnósticos más o menos acertados. Pero esos bares, al final de cada jornada, han cerrado sus puertas y las soluciones han quedado dentro, rondando, dejando ese poso agridulce en las conversaciones.
            Y lo cierto es que nadie se ha parado a pensar que España está vacía de esperanzas, sus ilusiones están huecas, son ilusiones que duran un tweet: ese tweet reivindicativo, combativo pero que se agota conforme queda atrás en la lista. Son ilusiones de colorines, de logos, pero a las cuales les falta la trascendencia que las convierte en poderosas, en cohesionadoras, en fuente de espiritualidad.
            El ejemplo que desde mi punto de vista ilustra esta dejación en la tarea de esperanzarse es el actual sistema de pensiones, que en un intento kamikaze está intentando salvarse a toda costa.
En primer lugar quisiera matizar que es cierto que no se puede implantar un cambio radical en su capitalización y distribución dejando desamparados a los pensionistas actuales, pero  al mismo tiempo, es innegable que los pensionistas actuales están más desamparados que nunca. Se dan ciertos problemas endémicos que están condicionando la sostenibilidad de este sistema: caída en picado de los nacimientos que dirige a pirámides de población invertidas, el aumento desmedido del desempleo que  hemos tenido la triste suerte de presenciar estos últimos años, aumentos del IPC que no van de la mano con las pensiones. Y mientras tanto el pensionista español ha dejado  a cargo del Estado, cómo, cuándo y porqué ilusionarse con un dinero que sólo él ganó.

Lo que el trabajador aporta se colectiviza en un fondo y eso conlleva la pérdida de derechos sobre el dinero que él generó. Actualmente el trabajador debe asimismo jubilarse a la edad exacta que le dicta el Estado, contabilizando únicamente los últimos 15 años cotizados para decidir la suma de la pensión. El pensionista, aparte de que cobrará menos de lo que cobraba cuando trabajaba recibirá siempre una renta fija y exacta procedente del Estado… Es difícil imaginar un control del Estado más férreo y una injerencia más notoria en la forma de gestionar la vida de cada uno que ésta. En cierta forma es dejar que el Estado juzgue cual es el precio de toda nuestra vida laboral. Y sin embargo y pese a las mayores y más conocidas bondades del sistema privado de capitalización de las pensiones, la omnipresente turba iracunda amenaza las calles cada vez que se plantea una privatización de éstas:
            Les es indiferente la mayor flexibilidad a la hora de abonar los pagos y a la hora de recibir la pensión, les es indiferente que el dinero propio siga siendo propio y no se colectivice para sostener un sistema que necesita de más de un parche.
 Todo eso a esta muchedumbre sedienta de más Estado le da igual porque lo que importa es que siga siendo el Estado quien te diga qué clase de ciudadano ser. Ya que nos han igualado en las oportunidades de inicio que nos igualen también como súbditos en el momento del ocaso. Como decíamos no hay mayor pesadilla estatista que ésta, en la que frívolamente se juzga tu contribución laboral y se te impone cómo recibir la contraprestación y qué uso hacer de ella. Y por tanto te anulan la decisión de esforzarte y esperanzarte con el trabajo diario de cada uno, en un intento por descollar.

            Fue Nietzsche quien dijo que “la esperanza es un estimulante vital mayor que la suerte”. Pues bien de alguna forma esta sociedad ha relegado esa tarea de ser ciudadanos con sentido de la esperanza, esto es, con sentido del futuro  y ha decidido ser una sociedad que se esperanza (y también se enfada) cuando el Estado lo dice.
La esperanza no es algo propio de necios, por algo fue elevada a los altares: por su espíritu de futuro que te convierte en lo mejor de ti mismo. Volvamos pues a esperanzarnos y a colaborar por un futuro que no es sólo para nosotros mismos sino para todos.

*Artículo publicado en el diario Las Provincias el 16 de diciembre de 2013