martes, 17 de diciembre de 2013

Cotizar Esperanza

La nuestra es una sociedad desesperanzada. Existe una profunda y triste desesperanza vital que se extiende, pero es una desesperanza tan moderna que se camufla en unos sueños que tampoco lo son. Samuel Johnson decía que “donde no hay esperanza no puede haber esfuerzo”. Pues bien España no quiere esforzarse más. España no quiere ser España.
La esperanza es virtud cristiana porque va pareja al esfuerzo, actitud cristiana. La esperanza es hallarse a los pies de un camino estrecho, tortuoso y arriesgado y aun así empezar a caminar porque al final se vislumbra un poco de luz. El esfuerzo sin esperanza no edifica, se queda en una lucha rutinaria que no trasciende.
En los últimos 5 años de crisis se han analizado incesantemente los problemas de la nación, tanto los coyunturales como los estructurales, se han popularizado palabras de enjundia que han pasado a utilizarse en toda conversación de barra de bar que se precie.Todo el mundo ha pontificado sobre los males de España y los ha resuelto con diagnósticos más o menos acertados. Pero esos bares, al final de cada jornada, han cerrado sus puertas y las soluciones han quedado dentro, rondando, dejando ese poso agridulce en las conversaciones.
            Y lo cierto es que nadie se ha parado a pensar que España está vacía de esperanzas, sus ilusiones están huecas, son ilusiones que duran un tweet: ese tweet reivindicativo, combativo pero que se agota conforme queda atrás en la lista. Son ilusiones de colorines, de logos, pero a las cuales les falta la trascendencia que las convierte en poderosas, en cohesionadoras, en fuente de espiritualidad.
            El ejemplo que desde mi punto de vista ilustra esta dejación en la tarea de esperanzarse es el actual sistema de pensiones, que en un intento kamikaze está intentando salvarse a toda costa.
En primer lugar quisiera matizar que es cierto que no se puede implantar un cambio radical en su capitalización y distribución dejando desamparados a los pensionistas actuales, pero  al mismo tiempo, es innegable que los pensionistas actuales están más desamparados que nunca. Se dan ciertos problemas endémicos que están condicionando la sostenibilidad de este sistema: caída en picado de los nacimientos que dirige a pirámides de población invertidas, el aumento desmedido del desempleo que  hemos tenido la triste suerte de presenciar estos últimos años, aumentos del IPC que no van de la mano con las pensiones. Y mientras tanto el pensionista español ha dejado  a cargo del Estado, cómo, cuándo y porqué ilusionarse con un dinero que sólo él ganó.

Lo que el trabajador aporta se colectiviza en un fondo y eso conlleva la pérdida de derechos sobre el dinero que él generó. Actualmente el trabajador debe asimismo jubilarse a la edad exacta que le dicta el Estado, contabilizando únicamente los últimos 15 años cotizados para decidir la suma de la pensión. El pensionista, aparte de que cobrará menos de lo que cobraba cuando trabajaba recibirá siempre una renta fija y exacta procedente del Estado… Es difícil imaginar un control del Estado más férreo y una injerencia más notoria en la forma de gestionar la vida de cada uno que ésta. En cierta forma es dejar que el Estado juzgue cual es el precio de toda nuestra vida laboral. Y sin embargo y pese a las mayores y más conocidas bondades del sistema privado de capitalización de las pensiones, la omnipresente turba iracunda amenaza las calles cada vez que se plantea una privatización de éstas:
            Les es indiferente la mayor flexibilidad a la hora de abonar los pagos y a la hora de recibir la pensión, les es indiferente que el dinero propio siga siendo propio y no se colectivice para sostener un sistema que necesita de más de un parche.
 Todo eso a esta muchedumbre sedienta de más Estado le da igual porque lo que importa es que siga siendo el Estado quien te diga qué clase de ciudadano ser. Ya que nos han igualado en las oportunidades de inicio que nos igualen también como súbditos en el momento del ocaso. Como decíamos no hay mayor pesadilla estatista que ésta, en la que frívolamente se juzga tu contribución laboral y se te impone cómo recibir la contraprestación y qué uso hacer de ella. Y por tanto te anulan la decisión de esforzarte y esperanzarte con el trabajo diario de cada uno, en un intento por descollar.

            Fue Nietzsche quien dijo que “la esperanza es un estimulante vital mayor que la suerte”. Pues bien de alguna forma esta sociedad ha relegado esa tarea de ser ciudadanos con sentido de la esperanza, esto es, con sentido del futuro  y ha decidido ser una sociedad que se esperanza (y también se enfada) cuando el Estado lo dice.
La esperanza no es algo propio de necios, por algo fue elevada a los altares: por su espíritu de futuro que te convierte en lo mejor de ti mismo. Volvamos pues a esperanzarnos y a colaborar por un futuro que no es sólo para nosotros mismos sino para todos.

*Artículo publicado en el diario Las Provincias el 16 de diciembre de 2013

            

martes, 3 de diciembre de 2013

Las cláusulas suelo en los prestamos hipotecarios

Si algo bueno se puede sacar de esta crisis, es que ahora todos tenemos una mayor conciencia del entorno jurídico-económico que nos rodea y hemos sabido, con mejor o peor suerte, adaptarnos a él.           
El ciudadano de a pie está usando los conocimientos, que telediario a telediario se han ido filtrando en sus conversaciones diarias, para poner fin a situaciones injustas que la presente coyuntura ha hecho aun más patentes.
Creo que uno de los ejemplos más claros de está pequeña revolución cívica es el caso de las cláusulas suelo y su declarada nulidad,
con condiciones, por parte del Tribunal Supremo.
A estas alturas después del boom inmobiliario y en el sexto año de la crisis, todos sabemos ya, qué son las cláusulas suelo: básicamente al firmar una hipoteca nos comprometemos a satisfacer un determinado tipo de interés junto con el capital, en cada cuota, interés que va ligado a un índice variable, en la mayoría de los casos el Euríbor. Pues bien al firmar una hipoteca con cláusula suelo, en 2010 se calcula que alrededor de 2 millones de hipotecas en nuestro país tenían una cláusula suelo camuflada entre el resto de términos del contrato, lo que estamos haciendo es fijar un límite mínimo para ese interés, que no bajará de la mano del Euríbor si éste se sitúa por debajo del interés mínimo fijado en la cláusula suelo.
            Es decir, se calcula que el tipo de interés medio que se viene cobrando en las hipotecas firmadas con cláusula suelo es del 3,56%, mientras que actualmente el Euríbor es inferior al 0´5 %. La desproporción es pues notable y especialmente gravosa para las economías domésticas.
En Sentencia del Tribunal Supremo de fecha 9 de mayo de 2013, se acordaba la “nulidad de las cláusulas suelo contenidas en las condiciones generales de los contratos suscritos con consumidores”, motivando esta decisión en base a dos argumentos:
En primer lugar por “la falta de información suficiente de que se trata de un elemento definitorio del objeto principal del contrato”. En segundo lugar por “su ubicación entre una abrumadora cantidad de datos entre los que quedan enmascaradas y que diluyen la atención del consumidor.” Esto es: todas aquellas cláusulas suelo cuya falta de transparencia sea patente.
Este pequeño esqueje de la Sentencia, puede servir de consuelo a todos aquellos que claman que el sistema financiero controla nuestras vidas. Parece ser que al menos en este caso, el Tribunal Supremo no está secuestrado por ese capitalismo salvaje del que se han hecho eco tantas pancartas y lemas en tantas y tantas protestas recientes y otras no tanto.
De hecho, no sólo esta Sentencia es un acto de protección del ciudadano y  consumidor, sino que también hallamos que los derechos de consumidores y usuarios están siendo protegidos desde el contexto comunitario desde hace más 20 años. En este sentido la exposición de motivos de la Directiva 93/13/CEE así como su artículo 6 que prosigue con un “los Estados miembros establecerán que no vincularán al consumidor, en las condiciones estipuladas por sus derechos nacionales, las cláusulas abusivas que figuren en un contrato celebrado entre éste y un profesional...” son un claro ejemplo de esta protección.
Tanto de la Sentencia del Tribunal Surpemo como de la Directiva Comunitaria, se pueden extraer diversas conclusiones: la primera es que al menos “de iure” nuestras vidas no se hallan bajo la coacción de un monstruo de tres cabezas llamado capitalismo. La segunda es que si bien en la práctica se han conculcado ciertos derechos de consumidores y usuarios, debido a la desinformación, y por qué no decirlo, también al abuso, lo cierto es que tras la Sentencia, podemos encontrar una vía que nos devuelve a nuestra posición original de equilibrio y garantías que nunca nos debieron de arrebatar.
En cualquier caso y entendamos la economía como la entendamos, esta Sentencia es una buena noticia para esos dos millones de familias españolas que podrán ahorrarse al mes una media estimada de 200 euros al declararse la nulidad de unas cláusulas contractuales nada transparentes y evidentemente abusivas. Aprovechémosla

* Artículo publicado en el diario VLC News el 3 de diciembre de 2013.